jueves, 10 de mayo de 2012

Como serpientes

Es increible como se retuercen las cosas, casi como serpientes.
Deseas con todas tus fuerzas que sea solo un mal sueño, fugaz como una estrella e inesperado como un escalofrío; intentas despertarte, presa de la angustia, pero no eres capaz: tus ojos no quieren abrirse, y en el fondo es mejor, porque sabes que realmente, si lo hacen, descubrirán que ese mundo de esperanza y alegría que conocías se ha convertido en un mundo gris y tenebroso en el que cada pensamiento se oscurece con el paso del tiempo hasta que te nubla la vista y te ciega.
A todos esos elementos que intentas odiar pero no puedes, porque no quieres caer en su mismo juego.
En todos esos momentos en los que intentas camuflarte como un camaleón, y ocultar tus verdaderos sentimientos, porque te das cuenta de que eres demasiado transparente y solo eres una muñeca de trapo que todos piensan que ni piensa, ni siente, ni cree, ni ama, ni admira, ni imagina...

Nadie sabe por qué la vida te angustia y reprime hasta convertirte en su esclava, nadie sabe por qué cuanto más buscas, menos encuentras, nadie sabe por qué cada vez que intentas reir, lloras y cada vez que intentas llorar, ríes.
Nadie sabe por qué somos tan hipócritas, pero yo creo que somos así, sin más, y estamos mudos, sordos y ciegos delante de un lobo hambriento llamado mundo.
Porque al final siempre es la misma pesadilla: estás en un laberinto negro y te persigue la realidad. La cruda realidad.
Y si fuera solo un sueño... ¡qué más da, solo es un sueño!, porque ya comprendo al final eso de que "toda la vida es sueño... y los sueños, sueños son"; pero me lo creería si fuera cierto, y es que cada vez que intentas despertarte, te das cuenta de que acabas de cometer el mismo error de siempre y que lo volverás a cometer, una y otra vez, como un reloj que da vueltas constantemente, como un pájaro que solo sabe entonar una misma canción.
Porque cada vez que miras una puesta de sol o el mar, o simplemente, cada vez que ves el horizonte, piensas que el mundo es infinito, pero recuerdas que es el pez que se muerde la cola, el cuento de nunca acabar: que volverá a ocurrir, una y otra vez y que cada vez que te lo perdones por un solo instante lo pagarás durante toda tu vida, que cada vez que cierras los ojos te imaginas un mundo libre, y que sabes que nunca lo disfrutarás. Porque te sientes inepta por haber sido tan tonta como para no perdonarte a ti misma tus errores, que solo te los tragas, porque sabes que, muchas veces, ni siquiera son verdad, porque sabes que siempre perdonas a tus agresores y al final a la única que no perdonas es a ti.
Como serpientes, sí: todo se retuerce hasta que lo noten todas y cada una de tus extremidades, hasta que un escalofrío recorra tu espalada cada vez que escuches a alguien decir tu nombre, hasta que sientas el dolor de las piedras con las que te lapidan en cada rincón de tu ser, camufladas con palabras, y que cada vez que te sientas débil será porque realmente lo eres.

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