jueves, 23 de junio de 2011

Nuevo relato para el concurso - El regalo para el obispo


                          Tútulo: El regalo para el obispo.
                          Autora: Ana María Crespo Pena.


Había una vez un obispo muy bueno y querido por los habitantes de la comarca.
Cada año celebraban los monjes una pesca colectiva, que duraba toda la tarde.

Una mañana como muchas otras, abrió placeroso la pequeña ventana que daba al claustro desde su habitáculo, y fue tal su sorpresa al descubrir que  el cielo estaba completamente nublado, que dijo sorprendido:
-¡Qué mal día hace hoy!- pués se percató de que al día siguiente sería la pesca colectiva y no podría participar. Pero enseguida se dió cuenta de que había despreciado una creación del Señor.
Entonces, muy enfadado consigo mismo, se vistió rápidamente y, antes siquiera de desayunar, se dirigió al río.
Entonces, en el puente, se asomó al río, cogió su preciado anillo de obispo, no sin antes derramar una lágrima apesadumbrada, se desprendió de él.

Se quedó a ver durante unos segundos cómo el anillo se hundía en las cristalinas aguas del río y lloró suavemente durante unos minutos.
Una vez se hubo asosiegado, volvió al monasterio, y triste y solitario pasó el día  leyendo y practicando su canto en su diminuta habitación.
Al día siguiente, en la pesca, decidió participar porque unos monsjes le habían dicho que sería de las mejores, porque como el día anterior había llovido, los peces se esconderían aproximadamente por los salientes rocosos de los bordes del río, donde estaba el puente, y sería más fácil pescarlos, aunque el obispo pensaba pescar por última vez antes de anunciar que ya no sería obispo y se retiraría voluntariamente.
Esa tarde pescó muchos peces, y todos eran gordos y carnosos, que les proporcionarían cena y comida para varios días, y para los pobres que recurrían a ellos.
Esto le alegraba mucho, pero enseguida se dio cuenta de que sentía un terrible vacío en su interior, pués en realidad él deseaba seguir siendo obispo.
De todos modos, esperó hasta la caída de la tarde para retirarse y, que después de la cena, pudiera anunciar que aportaría su cargo a otro.

Esa misma noche, a la hora de cenar, cuando estaba limpiando un pescado, se dio cuenta de que había algo brillante y replandeciente entre las vísperas del pez, y se dio cuenta de que era su anillo, y que el Señor lo había perdonado.

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