PRIMERA PARTE
Un intenso olor a naftalina había invadido la casa. Lucas abrio la puerta, desconcertado.
Nadie había entrado de esa casa en los últimos cuatro años, años en los que aquella casa, tan cerca del mar, hubiera podido acogerse a un profundo aroma marino y, al mismo tiempo, el olor a humedad que caracterizaba la zona, pero masificado.
La universidad había sido un período terrible para él, pues no había disfrutado jamás de la compañía de nadie, así que refugiarse en su hogar, el hogar que le había brindado el apoyo y el calor de los libros que tanto amaba, le parecía una idea deliciosa.
Después de intuir que él y su familia, tras despedirse de la casa en cuanto él se marchaba a estudiar derecho y sus padres se mudaban a un lugar más cómodo y cerca de la ciudad, no habían sido los últimos habitantes del apartamento, se asustó un poco. Así que dejó junto la puerta la única maleta que había traido consigo y encendio en farolillo de petróleo con ayuda de una cerilla. El silencio era tal que se escuchó el chasquido al encenderlo en toda la pequeña casa.
Ese silencio le resultaba desconcertante, pero siguio adelante, con mirada serena e intentando guardar silencio, pero su jadeante repiración podría delantarlo frente cualquier intruso, y sus pasos, que nunca se caracterizaron por ser muy silenciosos, podrían alertar a la persona más dura de oido en el planeta.
Avanzó en el pasillo estrecho y su sorpresa fue mayúscula en cuanto encontró la puerta de su cuarto entreabierta y que se vislumbraba, en su interior, una figura humana.
Lucas siempre había sabido mantener la calma, pero sentía el corazón en la boca, y palpitaba de un modo fascinantemente rápido. La respiración se le entrecortó y sufrió un corto mareo.
Empujó suavemente la puerta, ya no le importó si se trataba de un criminal, de un fantasma o de lo que fuera, solo quería cerciorase de quien era y qué hacía allí.
Cuando la puerta se abrio por completo, el hombre que se encontraba en la estancia dio un respingo instintivamente y se encogio en un rincón de la habitación, protegiéndose el rostro con las manos.
-¿Quién eres?, ¿qué haces aquí?-gruñó Lucas. Pero ese tono había dado un resultado equivocado y solo había servido para asustar más al hombre, por tanto añadio-.Tranquilo, soy el antiguo habitante de la casa, no pretendo hacerte daño. Descúbrete, confía en mí.
El desconocido hizo lo dicho, lentamente, y dirigio una mirada asustada a Lucas.
-Me llamo Rashid, tengo 17 años y me refugio aquí desde hace 6 meses. Llegué aquí por casualidad y decidí quedarme, la guerra estallará pronto y la recesión ha comenzado hace mucho tiempo en mi país, así que me fuí en cuanto pude y busqué cobijo en techo extranjero. No tengo papeles, ni dinero, ni amigos, ni nada. Solo esta manta y estos zapatos desgastados...-y mostró sus humildes pertenencias.
No se había percatado antes de que era un chaval, nada más, y se compadecio de tanta desgracia.
-¿Y como dices que ha empezado...?-intentó averiguar él.
-Ha empezado la Tercera... Todos sabíamos que faltaba poco. Solo sé que hombres han empezado a quemar libros de otras culturas y religiones, y muchos incluso de la suya propia. >>También han empezado a tomar las calles y la televisión ha dejado de retransmitir las noticias de las luchas llevadas a cabo últimamente. Muchos decidieron escapar como yo, pero se han encontrado con que esta catástrofe será a nivel mundial.
Esas palabras resonaron en su cabeza y cayeron como una fugaz pero terrible tormenta. Tragó saliva y le dijo lo siguiente a Rashid:
* * *
CONTINUARÁ.
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